Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar.Sus suspiros se mezclaban con las lágrimas que resbalaban por su mejilla mientras acariciaba la fría lápida con sus uñas arañando despacio el duro y pesado mármol. Llovía a cántaros,sin parar, dejando que su maquillaje hiciera dibujos en su bonito y triste rostro.
Nadie estaba en el cementerio en ese momento, algo muy normal pues eran las 4 de la madrugada. Ella había salido en mitad de la noche porque no podía dormir ya que hacía dos días que había perdido a su amado. Fue de repente, sin nada que predijera que aquello iba a ocurrir. La noticia había desgarrado su corazón y de las personas cercanas a el pues era muy querido. Aún recordaba su sonrisa, aquellas bromas tan divertidas que hacían que se riera de una forma especial, sus caricias y la insistente y pasional forma de hacer el amor. Hoy no era mas que otro en aquel silencioso cementerio lleno de humedad y huesos, donde ella había jugado de pequeña a esconderse entre las tumbas de los mas ancianos. Ahora estaba intentando con los ojos cerrados ver a través de una de ellas, imaginar su sonrisa y pensar, que cuando abriera los ojos, estaría el a su lado, tocando su cuerpo y haciendo muecas con su cara.
La lluvia comenzó a ser mas y mas intensa. Ella se tumbó encima de la lápida abrazándola y sollozando sin parar. Un rayo iluminó todo el Camposanto dejando ver la sombra de todas las cruces sobre el como un concierto de luz a golpe de tormenta mientras los truenos eran los timbales que acompasaban el espectáculo gótico en el lugar sagrado.
Puso sus labios sobre el mármol y susurró su nombre , entre palabra y palabra besos de amor. Comenzó a temblar por el frío y el agua. Quería morir allí, abrazada a la nada, con el único compañero que el recuerdo de la felicidad pasada. Por un momento creyó reconocer un olor especial, el mismo que el llevaba cuando entraba por la puerta después de venir a trabajar, pero pensó que era posible que alguna planta, el barro y la lluvia fueran los causantes.
El aroma se volvió mas y mas intenso. Levantó ligeramente la mirada y allí estaba, sentado junto a ella, con aquella sonrisa picaruela. Se secó las lágrimas y se abalanzo sobre el, abrazándolo y besándolo sin parar. No podía ser cierto, el estaba muerto, no era posible que aquello fuera real, aunque lo era, podía olerlo, tocarlo y sentir el sabor de su boca. Se miraron fijamente y sonrieron mientras salieron juntos por la puerta del cementerio.
Amaneció y llegó el viejo que siempre arreglaba las tumbas. Estaba todo bastante inundado pero pala y carretilla en mano se dispuso a su labor diaria. De repente dejó caer sus herramientas. Allí frente a el estaba el cadáver de una joven abrazada a una tumba, con una sonrisa en su rostro.