Llovía sin cesar. El agua golpeaba en suelo con el típico tintineo que hace que se relajen tus sentidos. Sentada bajo el gran parral del abuelo cubierta con un chubasquero verde, su mente volaba a su niñez, cuando jugaba entre la vieja casa de adobe. Un golpe de aire la hizo volver a la realidad, en breve debía dejar aquel remanso de paz, ese lugar donde podía ser ella sin que nadie mas que el viento o el sonido de las ramas la dijeran lo que tenía que hacer.
Se levantó y respiró profundamente el aire con olor a tierra mojada. Ese intenso aroma era lo que mas le gustaba, siempre que estaba en la gran ciudad lo echaba de menos. Miró hacia arriba y allí estaba un enorme racimo de uvas colgado de la gran parra. Intentó alcanzarla de un salto para saborear su dulce sabor pero estaba demasiado alta.
Comenzó a alejarse de allí cabizbaja, mientras la lluvia golpeaba en el plástico de su chubasquero. Un sonido mecánico sonó en medio de la nada, era la apertura de su coche aparcado allí al lado. Entró en el y desde el cristal vio con melancolía el viejo parral del abuelo. Arrancó y puso rumbo a la carretera mientras respiraba despacio, añorando el pasado de una ilusión perdida. Cada vez llovía mas y mas, los limpiaparabrisas no daban a basto la costaba mantener la concentración y no salirse de la carretera, era obvio que debía parar a descansar ya que las luces de otros coches la deslumbraban una y otra vez dejando una sensación en sus ojos de borrachera visual.
De repente un pequeño hotel en la orilla fue su salvación. No debía tener muchas habitaciones, pero quizás alguna si estaría libre. Detuvo el vehículo y entró corriendo en el para no mojarse demasiado.
La recepción era extraña. Allí no había nadie, solo un pequeño timbre roñoso que no funcionaba. Pulsó una y otra vez aquel timbre pero lo único que consiguió es mancharse de negro el dedo y afuera seguía cayendo el diluvio universal. Al cabo de unos largos minutos apareció un anciano. Por alguna razón la resultaba familiar, pero no sabía que era. Alargando su huesuda mano la entregó la habitación 310 mientras escozaba una sonrisa en su arrugada cara.
Subió las escaleras y llegó a la tercera y ultima planta. Ya estaba frente a la puerta, una puerta que también le resultaba familiar, era como si algo muy fuerte estuviera activándose en su memoria. Metió la llave, giro la cerradura la y puerta se abrió. Un olor igualmente conocido envolvió su cuerpo mientras una lágrima se escapaba por su mejilla. Era la casa de su abuelo, aquella en la que jugaba de pequeña y que solo quedaba el parral.
Entró, cerró la puerta y comenzó a sonreír mientras comía unas unas uvas de la vieja parra cargada de nostalgia..