Marina se había levantado temprano aquella fría mañana de invierno. La había costado un poco despegarse de sus calientes mantas en las que estaba envuelta , como si fuera una pieza de cristal muy frágil que se puede romper y permanece dentro de su envoltorio protegida y segura. Empezó asomando su nariz , percibiendo el intenso frío de la habitación, para después dar un salto y correr directa a la ducha.
La calefacción no funcionaba. Llevaba mas de una semana sin ella, jugando entre capas y capas de ropa para sortear el frío de hecho, pensaba y no se equivocaba, que fuera hacía mejor temperatura. Por lo menos la ducha si que iba, el agua bien caliente la reconforto un poco mientras calentaba su erizado cuerpo. Según caía el agua deseaba ser como ella, transparente, fluida y libre, pensaba lo mucho que la sociedad ataba y sobre todo, dañaba, ser agua y huir hacia el mar donde mezclarse con un mundo diferente.
Miró su reloj y respiró aliviada, aun era demasiado temprano, la daría tiempo de tomarse un rico capuchino en el café de la esquina, ese que atendía un señor con grandes bigotes blancos. Bajó las escaleras por no esperar al ascensor y cruzo la calle , hasta que entró en aquel bar con olor a madera y sándalo. Cuando el viejo la vio ya tenia preparada la taza bien cargada de espuma, como a Marina le gustaba. Una cómplice sonrisa fue suficiente para que se lo acercara a la mesita.
Comenzó a saborear el rico elixir de la mañana, ese que despierta tus sentidos, se deleitó con los ojos cerrados, imaginando el cálido sol templando su bonito rostro. Al acabar abrió sus grandes ojos castaños y descubrió un anillo encima de la mesa. Miró a su alrededor y no vio a nadie, es mas, juraría que ese anillo no estaba allí cuando ella se sentó. Lo cogió con sus dedos y lo observo detenidamente, con la curiosidad de aquel que encuentra una reliquia. En lo referente a sus formas, no era mas diferente que otros, excepto por la piedra que llevaba incrustada. Era grande, de color verde..pero un verde especial, como si fuera ámbar lleno de vida. Acercó el anillo mas cerca de su mirada y vio detenidamente que algo se movía en su interior.
Por un momento sintió miedo, pero pudo mas su curiosidad. Volvió a mirar a su alrededor y nada ni nadie la miraba. Era libre junto a su anillo, si estaba en esa mesa sería su destino. Empezó a acariciar la piedra, esta tenía un tacto suave y limpio, a la vez que extraño. Sus ojos reflejaban la intensidad de su colorido, mezclándose con el marrón como si de una pintura se tratase. Deseaba estar dentro de el, ser parte de aquella amalgama de luz y magia, trasladarse al pasado o caminar entre los bosques mas inimaginables posibles.
De repente notó como alguien la abrazaba con fuerza, tan fuerte que la hizo cerrar los ojos mientras notaba como palpitaba su corazón haciendo que su sonido temblara en sus oídos, al igual que su cuerpo subía de temperatura. Cuando abrió los ojos estaba desnuda, en medio de un cielo verde, en el que las nubes eran hojas que giraban en círculos Tocó el suelo y era como suave arena mezclada de ámbar y semillas, aquello no era normal. Sentado a la orilla de un lago estaba un hombre, sereno y seguro, tirando pequeñas piedras doradas haciendo que ondas de color dibujaran en el agua.
Marina sentía paz. Aunque su desnudez podía parecer un impedimento, no lo era, porque se sentía libre, era ella misma. Se sentó en la orilla junto a el y lo imitó tirando pequeñas piedras al lago con una enorme sonrisa en su rostro.
El viejo del bar nunca mas la vio . Debió pensar que se fue si pagar, lo que nunca imaginó es que que en aquella mesa vacía no estaba solo una taza de café, sino el espíritu dentro de un anillo, el espíritu de la libertad.