Acurrucada en aquel árbol, observando desde lo lejos un gran trozo de madera, inerte, sin vida aparente, pero con la experiencia de haber sido parte de un gran tronco que muy posiblemente fuera milenario, así estaba Laural , una joven que cansada del ruido de la gran ciudad se escapaba al silencio del campo , a escuchar como el viento susurraba entre las hojas y la hierba y ver como su perro jugaba persiguiendo a los pájaros que lo sobrevolaban retándolo a atraparlos.
Ese tronco de un fuerte color caoba, tenía unas vetas que hacían de el un lienzo de la naturaleza. Laural se levantó y se acercó hasta el. Con sus manos apartó su cabello y se agachó frente a el. Sus dedos comenzaron a dibujar sendas imaginarias sobre aquel dibujo que la naturaleza y quien sabe, las historias que en su día vio y pudo vivir aquel trozo de madera que un día fué un gran árbol, podían ser reflejadas por la imaginación de Laural.
Cerró los ojos y escuchó música que salía de allí, eran acordes lejanos, a la vez tristes y melancólicos que inundaban su mente acomodandose en cada rincón de su cerebro. El tañido de las campanas de la catedral la hicieron volver en sí y descubrir que sin darse cuenta habían pasado horas desde que sus manos se posaran en aquella superficie de formas caprichosas.
Levantó la mirada y vió que casi era de noche. Por alguna razón no deseaba irse de allí, no quería volver a su casa a descubrir la rutina de cada día pues aquel tronco la parecía mágico. Volvió a acurrucarse, esta vez abrazando su ilusión, un gran pedazo de madera que la daba paz, y la energía para seguir soñando. Sus brazos apretaban con tan ta fuerza aquel tronco que las astillas de madera se la clavaban en su delicada y fina piel mezclando su sangre con las vetas mientras Laural tarareaba una melodía que solo había escuchado una sola vez, cuando cerró los ojos.
Al día siguiente por la mañana, un carpintero artesano que fabricaba guitarras y otros instrumnetos musicales buscaba un buen trozo de madera que le pudiera servir como base para una de sus creaciones. Caminando encontró lo que buscaba, allí estaba, junto a una joven dormida que parecía no despertar a pesar de que aquel buen hombre no paraba de zarandearla. Al poco despertó aturdida, sin saber ni siquiera donde estaba, mirando fijamente a los ojos de aquel hombre sin comprender nada.
De repente, el carpintero giró la cabeza hacia un lado. Nunca había visto nada igual, allí estaba el trozo de madera mas hermoso que nunca había visto. Se agachó junto a el y observó las formas y los colores. Nunca sintió nada parecido, no podía dejar de miralo y acariciar su superficie, hasta el aroma era embriagador. Olvidó hasta para que estaba allí borracho por una música que lo hipnotizaba, hasta que de repente recordó su misión al golpe de un pequeño pájaro que cayó de un árbol .
Agarró el tronco con fuerza y lo levantó sobre sus brazos. Al darse la vuelta se asustó, Laural ya no estaba allí, aquella chica misteriosa había desaparecido, pero la pregunta era ¿En qué momento ?..no había escuchado nada. Sea como fuere, caminó contento con su botín hacia su pequeño taller musical.
Tras seis meses de trabajo tenía en sus manos la guitarra mas bonita que un músico podría soñar. Su color era rojizo, una mezcla de caobas y extrañas betas que bailaban como olas en el mar. Cansado se sentó en un sillón con su guitarra y comenzó a tocarla. De sus cuerdas solo salía una melodía, era como si la guitarra llorara, era la misma que creyó escuchar cuando se perdío en un mundo extraño. Dejó de tocar y miró sus manos temblorosas, temblaban por emoción, y al ver como esas notas que salieron de aquel instrumento se habían transformado en Laural, la chica del bosque que sonreía al sentirse libre por fín.
SERGIO CARRASCAL 