Un aullido resonaba una y otra vez en la noche, una noche de por sí ya demasiado oscura pese a tener la luna llena como lámpara en el cielo. Desde su pequeña cabaña, Rose la miraba con el anhelo que mira un niño un escaparate lleno de juguetes y no sabe cual elegir.
Con sus manos jugaba con su rizado cabello mientras sus bonitos ojos se convertían en espejo de la luna. Siempre había querido montar en una nube y decir:
– taxi de los cielos…lléveme a esa gran esfera de luz que alumbra mis sueños cada noche.
Pero Rose sabía que esos taxis no existen, que aunque en su imaginación los había imaginado más de mil veces con forma de nube, nunca se montaría en ninguno. El frío la visitaba y la invitaba a abrigarse un poco más que el pequeño vestido que apenas cubría su cuerpo, pero ella no quería dejar de mira aquella luna, escuchar aquellos aullidos y sobre todo, poner atención al susurro de los árboles para ver si el pequeño satélite era capaz de enviar un mensaje que sólo ella pudiera descifrar .
Los árboles siempre transmitían sonidos, notas musicales que a través de sus hojas creaban una rica melodía, digna de los oídos que creen el las hadas y los elfos.
Rose dejo escapar una lágrima. Imaginarse sentada en el borde de la luna pescando sueños que deseaba cumplir con la caña de sus anhelos, sentirse libre, viva e iluminada por ella.
Se quitó de la ventana para coger un papel y dibujar sobre el ese taxi navegando rumbo a la luna, y dentro, una joven de rizos caprichosos y sonrisa contagiosa. El frío acaricio su cuerpo y esta caricia la hizo dormir profundamente, abrigada sólo por el reflejo de la luna.
Ella no quería que la noche terminase, al igual que su imaginación, desbordada ante la ilusión de poder navegar hasta ella.
Se había quedado tan dormida que había perdido la noción de la noche, ni la lluvia que empezó a caer pudo despertarla mientras las gotas mojaban su sonriente rostro a la vez que su mente salvaje volaba en el taxi hacia la gran bola luminosa, la luna, su sueño.
Cuando amaneció lo más sorprendente es que la luna aún seguía allí, frente al sol, y Rose seguía dormida, no se quiso despertar, prefería vivir en ella para siempre , ducharse con su luz , amanecer cada día en un lado de la luna y ver el mundo desde allí arriba.
Alguien llego y llamo a la puerta. Rose se despertó sobresaltada, giró su cabeza y torpemente se levantó hasta la puerta, cuando la abrió escucho:
» el taxi la espera»