Fuego…siento fuego.
Esta fue la frase que Lucía dijo mientras miraba al cielo, maldiciendo el día que montó en aquel tren y la llevó a ninguna parte. Lucía era una mujer de gran personalidad y mirada profunda. Cuando todo empezó a ir mal, agarró su mochila y se montó en el primer tren, un billete a la libertad, sin pensar en nada, solo en mirar al horizonte y detenerse donde se oculta el sol para después levantarse con la misma intensidad que los rayos de ciegan en la mañana.
El tren iba vacío, extraño, aunque no le dió mayor importancia. Ella escuchaba el cambio de vías mientras avanzaba con rapidez, a la vez que cerraba los ojos y soñaba con un mundo diferente, donde las casualidades y el trotar de la vida se dieran la mano de un modo sensual y amistoso, deseaba volver a sentirse viva, mantener aquella sonrisa de una manera perenne, contagiando alegría y optimismo.
El silencio inundaba el vagón. Ni un triste revisor, nadie que pasara por allí ofreciendo y café, un bocadillo, o algo de conversación, solo ella con la compañia de sus pensamientos y sueños.
De repente el tren paró en seco. Miró por la ventana y no vio a nadie, ni siquiera era una estación de tren , solo campo, árboles y un camino hacia quien sabe donde. Se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta. De un salto posó sus botas sobre la tierra y fue en ese momento cuando las puertas del tren se cerraron, y avanzó abandonándola a su suerte en mitad de aquel sitio. Lucía, desconcertada, no sabía el porque de semejante situación, por una parte, se sentía confusa y con rabia, pero de alguna manera, un atisbo de paz la inundaba.
Comenzó a caminar por un camino lleno de cardos de colores, pequeñas zarzas en la orilla, y pequeñas piedras que de vez en cuando jugaban dentro de su bota. El caminar sola no se la hacía dificil, pero no saber donde podía acabar después de aquel tren surrealista la ponía nerviosa.
El cielo empezó a nublarse, el sol se ocultó, y comenzó a llover. Fue en ese momento dónde sintió fuego, ardía por dentro, la comían los deseos de volar y ser libre, de llegar mas alto que el cielo y poder desde allí divisar al mundo tan pequeño. Se sentó sobre un tronco que en su día quizás fué un gran y poderoso árbol, ahora solo reflejo de su grandeza, pero aun util para álguien tan hermosa como Lucía.
La lluvia empezó a caer, y con ella, los truenos y relámpagos acompañaron la orquesta de la naturaleza, mientras las gotas empapaban su cuerpo. Estas hacían evaporar nubes a su alrededor, estaba incandescente, sus sueños y sus deseos eran tan fuertes que el agua que la recorría no la mojaba, solo hacía evidente que tenía tanta fuerza y ganas de vivir que ni mil torrentes podrían aplacarla.
Levantó sus ojos hacia el cielo a la vez que con sus manos dibujaba entre las nubes de vapor paisajes de formas inimaginables, salidos de su interior. Lucía sentía que por una vez , aún en mitad de la nada, era feliz. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia, mientras seguía haciendo del vapor el lienzo de sus sueños.
Cuando paró de llover y el cielo iluminó el camino, aquel ya no era el mismo, era parte del sueño que ella había plasmado en el aire, que llevado por el viendo, ahora era su realidad y su vida . A veces, los deseos son como un beso robado de alguien a quien deseas, lo esperas, nunca llega , y cuando lo hace, te llena de ilusión y fuego.