La almohada estaba empapada, daba igual el lado para el que se pusiera, la humedad era una incómoda pasajera, un invitado no deseado en aquella noche de invierno. De sus ojos brotaban lágrimas que no dejaban de salir, pequeños manantiales de dolor y agua salada, sin las relajantes olas del mar, sin el sonido de las gaviotas ni el golpear sobre las rocas, solo la sinfonía del llanto.
Miraba al techo como queriendo descubrir una ventana por la que escapar lejos, allí donde nadie pudiera verla. Imaginaba dar un gran salto y atravesar ese lugar imaginario, descubrir un mundo al otro lado lleno de color, abandonar el gris monocromático de su vida, caminar entre flores y arbustos donde viven las Hadas y crecen los sueños, aquellos que tenía cada noche y que se disipaban al despertar, cuando sonaba su insistente despertador recordándola que no hay piedad para quien no es valiente y decide dar forma a a sus anhelos.
De nuevo las lágrimas volvieron a brotar acompañadas esta vez de un hipo insistente he incómodo . Con sus pequeñas manos arañaba la almohada y la agarraba con fuerza, la abrazaba como si quisiera que se convirtiera en alguien , quizás en quien mas amaba o amó , o en un espectro imaginario que la hiciera ser mas feliz, aquella almohada era todo cuanto tenía en su fría habitación.
Sin quererlo estaba empapandola con sus lagrimas , pero ya le daba igual, no deseaba soltarse, era un abrazo vacío y triste aunque a la vez reconfortante , un sentimiento húmedo, solitario y pensativo, era estar con alguien que no existía , soñar un sueño de vapor evaporándose por momentos, una nube a la que perseguir mientras intentaba dormir y recordad aquellos otros ojos donde se reflejó por última vez mientras se montaba en aquel tren para nunca mas volver.
Sus ojos no se podían cerrar, ahogados por las lágrimas del destino muda por los miedos de la desesperación y el dolor abrazada a su almohada.
SERGIO CARRASCAL 